La luz azul de Yokohama by Nicolás Obregón

La luz azul de Yokohama by Nicolás Obregón

autor:Nicolás Obregón [Obregón, Nicolás]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-03-02T16:00:00+00:00


20

UN PROMONTORIO SOLITARIO

Iwata aparcó el Volkswagen Golf de alquiler delante de un complejo de viviendas de lujo situado en una curva tranquila de South Bay Road. Apagó el motor, cruzó la calle y llamó al timbre de Neil Markham.

Contestó una voz cansada de mujer.

—¿Sí?

—Estoy buscando al señor Markham, necesito hablar con él sobre…

—Son más de las diez, por Dios. ¿Es que no dormís nunca?

Iwata oyó una voz masculina en un segundo plano antes de que la mujer se pusiera de nuevo al telefonillo.

—Estás perdiendo el tiempo. Mi marido no piensa hablar contigo.

—Pero…

—Lárgate, anda.

El intercomunicador quedó en silencio, e Iwata sintió una presencia a su izquierda.

—A ti no te había visto nunca por aquí.

Junto a la puerta, sentado en la penumbra con las piernas cruzadas, había un hombre con voz de fumador. Llevaba un impermeable y estaba escuchando una radio portátil y bebiendo café de un termo.

—¿Disculpe?

—¿De qué periódico eres?

—De ninguno. Soy un inspector de policía de Japón.

El tipo frunció los labios.

—¿De Japón? ¿Qué tiene este tipo con la policía japonesa?

—No se lo puedo decir, lo siento.

—Pues vaya semana lleva.

—¿Por qué?

—Claro, que tú eres de fuera. Neil Markham era un VIP de los círculos de negocios de la zona: «Los cuarenta más influyentes por debajo de los cuarenta», para que te hagas a la idea. Unos años atrás puso en marcha un negocio de exportación de vehículos de lujo que le iba muy bien. Pero hace unos días salió a la luz que los de Hacienda van detrás de él.

—¿Por los impuestos?

—Sí. Y no hay nada que le guste más a mi editor que una estrella caída en desgracia. Lo que nos lleva a por qué estoy aquí de pícnic.

El periodista señaló el termo y una fiambrera con el mentón.

—Gracias.

Iwata regresó al coche y pasó las siguientes dos horas estornudando y temblando.

Justo después de las once de la noche, se abrió la puerta del garaje y de él salió un deportivo de color verde lima. Iwata reconoció al conductor de inmediato por la foto del anuario de Jennifer. El vehículo de Neil Markham cogía velocidad en dirección al norte. Iwata arrancó el motor.

La carretera estrecha serpenteaba entre tajadas de bosque y paredes verticales de roca. Markham, pegado al asfalto, doblaba el límite permitido de velocidad.

Al final, paró en un semáforo en rojo.

Iwata detuvo el coche a su lado y lo miró. En el resplandor azulado de su deportivo, Markham miraba la luz roja con impaciencia. Iwata se dio cuenta de que se había convertido en un hombre de aspecto normal, de que los años de estrés habían borrado el rostro suave. A pesar de que estaba quedándose calvo, le hacía falta un corte de pelo y tenía una papada pálida.

El semáforo se puso verde; cuando Markham salió disparado, unos arcos de luz ámbar de las farolas surcaron el parabrisas de su vehículo. De pronto dobló hacia Island Road y se oyó la protesta de varios cláxones. Después tomó la salida hacia la Ruta I. En la distancia, las grúas durmientes parecían flamencos.



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